Caprichos inofensivos || Milena

Aquel sábado, Alethia había despertado con el antojo de una crema irlandesa. De modo que se decidió a pasar la mañana y la tarde trabajando para poder salir después a Beverly y así tomar una o dos copas del delicioso licor de crema con whisky que tanto le gustaba. Mientras tanto, se conformaría con hacerse un té y unos waffles para desayunar. Si quería darse su escapada en la tarde-noche, debía de apresurarse con los dos ensayos que debía de entregar la semana siguiente, además, en la editorial ya le habían informado que tendría que trabajar con un manuscrito de dos historias más largas que las que había traducido hasta el momento, así que no podía darse el lujo de confiarse, sino, todo se le juntaría y entonces comenzaría a tener problemas.

Después de un sustancioso desayuno, la joven se dispuso a trabajar en la mesa del comedor. La ventaja de vivir sola, era que no había que preocuparse por molestar a nadie y como aún no había montado su estudio en la otra habitación, debía de usar la misma mesa en la que comía para hacer tareas y trabajar. Con todo ese espacio, la joven acomodó las copias, las notas y los libros que había reunido sobre el tema a desarrollar y se puso manos a la obra. Sabiendo que podía pasarse todo el día sin comer y sin levantarse, puso una alarma en su celular que le indicara el mediodía, así podría tomar un refrigerio y comprobar sus avances.

A la hora indicada, la castaña se sentía satisfecha al ver que llevaba más de la tercera parte de uno de sus ensayos, sólo era necesario ir concluyendo, colocar la bibliografía y darle el formato indicado por el profesor para que estuviera listo. Alethia estaba segura de terminarlo después del almuerzo, lo cual garantizaría que para las cuatro, ya podría tener la mitad del otro. Si todo salía según sus planes, podría disfrutar, no sólo de una tarde de sábado, sino que tendría el domingo para poder pintar, que era lo que tenía en su lista de pendientes que concernían a su departamento. Un sándwich tostado y una ensalada fueron su sustento para el siguiente período de estudio.

Eran las cinco y media cuando la castaña estaba entrando a un pequeño y tranquilo bar en una de las principales calles de Beverly para poder tomarse su tan esperada bebida. Fuera hacía algo de viento, así que la joven se había puesto unos pantalones de mezclilla negra, botas a la rodilla y un suéter ligero con cuello de tortuga y de color beige. Se sentó en uno de los bancos que había frente a la barra y después de enseñar su identificación, le sirvieron su vaso con hielos y el Bailleys que tanto le gustaba. Por unos segundos, se limitó a sostenerla entre sus manos y tras darle un pequeño sorbo, la joven suspiró con deleite, había esperado todo el día para poder permitirse ese pequeño capricho que lo disfrutaría todo lo que pudiera. Después de todo, si ibas a concederte un capricho, más valía hacerlo rendir lo más posible.