Emery A. Drescher, id

Emery es independiente o por lo menos le gusta fingir que lo es. Nunca nadie ha logrado comprenderla del todo y por eso mismo odia que las personas intenten comprenderla o examinarla, ella simplemente es como es, actúa como quiere hacerlo sin ponerse a pensar en las consecuencias. La verdad de las cosas es que en ocasiones Emery ni siquiera se comprende a ella misma, suele actuar de maneras provocadas nada más que por el impulso y por sus arrebatos del momento. Un arma de doble filo, porque puede ser buena para actuar cuando hay problemas, cuando se necesita a alguien que piense en frio y haga las cosas bien sin ponerse nerviosa, pero también Emery dice y hace cosas que no debería decir, con las personas menos apropiadas en los momentos menos oportunos.

Nunca nadie le ha impuesto reglas por lo que suele ser espontanea, liberal, dicharachera y con esta convicción de que siempre está en lo correcto. Una parte de orgullo, una parte de cabezonería. Porque Emery es como un verdadero grano en el culo cuando se le mete algo en la cabeza no descansará hasta obtenerlo. Suele ser muy observadora, suele adelantarse a los problemas y aunque nadie le enseño lo que era la responsabilidad es algo que casi viene grabado en su ADN. Emery es casi histérica, maniática, perfeccionista hasta la medula y se vuelve realmente insoportable cuando algo se sale de sus planes, cuando el perfecto castillo de naipes que ha logrado construir hasta ahora se viene abajo.

Siempre, pero siempre tiene algo que decir, algo que rebatir, algo que comentar, aunque no sea asunto suyo, aunque la otra persona tenga razón, aunque todo el mundo esté en su contra, ella se pondrá de pie para decir lo contrario. Es difícil hacerla callar y mucho más difícil comprender su humor negro y ese sarcasmo que en ocasiones le sale por los poros. Es como un libro en blanco o mejor dicho, un libro que puedes leer fácilmente porque no esconde nada, todo se traduce en esa mirada azul que en ocasiones se llena de miedo aunque ella siga con la barbilla alzada en señal de orgullo.

Estar sola por gran parte de su vida la ha llevado a nunca depender de ninguna persona, a ser una idiota en cuanto a relaciones amorosas se trate y a no crear lazos cercanos con muchas personas por miedo a perderlas. Quizás Emery nunca dirá sus sentimientos, siempre pondrá a los demás por sobre ella, pero nunca dejara que la lleven a pasar. Porque es una chica fuerte que sabe lo que está haciendo aunque en ocasiones no lo parezca.

Hay un acontecimiento que marco la vida de Emery por completo: el abandono de su padre. Esto sucedió cuando tenía apenas cinco años, era bastante pequeña, pero la muchacha recuerda perfectamente que fue ese momento en que el cambio absolutamente toda su vida. La rutina diaria se volvió espesa, casi brumosa. Paso de tener una familia relativamente normal para tener a una madre que trabajaba doble turno de enfermera y que apenas tenía tiempo para echarle una manzana de colación. Emery se volvió independiente desde pequeña, nadie la ayudaba en sus deberes, nadie la ayudaba a lavar su ropa o a peinar su cabello. Emery era la única que no llevaba a sus padres al día de la familia en la escuela, y también la única que no tenía una cena de acción de gracias.

No puede negarlo, creció con cierto rencor. Hacia su madre que prefería un trabajo que apenas las sostenía a ambas, y por sobre todas las cosas hacia su padre quien nunca más tuvo contacto con la rubia. Las clases y el colegio fueron su método de escape, inocentemente soñaba con irse a una universidad muy lejos de Chicago para alejarse de la mediocridad en la que se estaba convirtiendo su vida, pero era obvio que no había el dinero suficiente como para enviarla a la universidad. Mucho más rencor, aunque después de un tiempo Emery aprendió a perdonar o mejor dicho a darse cuenta de que no había nadie a quien culpar. La vida continuaba y cuando Emery salió del instituto, quiso empezar su nueva vida.

La vida maravillosa que soñó siendo soltera nunca llego o por lo menos no los primeros años. Sin más estudios que la secundaria se embarcó en un ir y venir de trabajos esporádicos que nunca pagaban realmente bien, solo lo suficiente como para tener un apartamento de mala clase en un mal barrio, pero que por lo menos era suyo. No podía estar más orgullosa de aquello. En un periodo de cuatro años, Emery trabajo de asistente de chef, de recepcionista, mucama, fotógrafa, asistente de modas y un sinfín de trabajos en los que no duraba demasiado tiempo, no porque no fuera buena en eso, sino porque simplemente no era lo que quería seguir haciendo para siempre.

Su gran oportunidad se presentó cuando abrió el diario una mañana y se percató de que una firma de abogados estaba en busca de asistentes ejecutivas, y sin tener ninguna de clase de estudios relacionados, Emery pensó: ¿Por qué no? Seguramente hubo algo en ella que le gusto y la contrataron, enviaron a hacer un par de cursos y prontamente se convirtió en la asistente de uno de los abogados más jóvenes de la firma.
Eso fue hace un año, desde ahí que su vida ha mejorado notablemente. Se mudó a un barrio mejor pero a un apartamento minúsculo que ha decorado ella misma, visita a su madre los fines de semana, quien está demasiado entretenida con sus clases de baile y con su taller de pintura como para sentirse muy sola y abandonada por su ingrata hija.